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Los caudillos y las mujeres

 

 

 

Como apunta Adolfo Cueto, Mendoza no escapó a la lucha entre unitarios y federales que ensangrentó a toda la República. Es necesario agregar, además, que las mujeres no estuvieron ajenas ni al margen de dichos enfrentamientos, aunque la historiografía no haya registrado sus nombres, salvo contadas excepciones. Dora Barrancos sostiene que: “Una buena cantidad de caudillos hicieron la guerra acompañados por mujeres que no eran sus esposas legítimas. Aunque la leyenda ocupe el lugar de la verosimilitud, seguramente muchas de esas amancebadas corrieron los mismos riesgos que sus amantes. También lo más probable fue que, a la hora del reconocimiento, resultaran desechadas”.

 

Montonera

“Juan Carlos Morel”. Disponible en: http://www.folkloredelnorte.com.ar/arte/morel.htm (consultado el 03 de septiembre de 2014).

 

Así como participaron en las guerras por la independencia, ellas también tomaron partido a su vez por los unitarios o los federales. “Aquellas bravas estaban también hechas a lomo de caballo, sabían manejar el cuchillo y la lanza y, si se ofrecía, también empuñaban el remington. (…). Le tomaron el gusto al peligro, al combate y a la rapiña del saqueo, a la cuatrereada y al tejemaneje con los caudillos como un resorte de la supervivencia”, escribe Susana Dillon. Estas mujeres fieras acompañaban a sus hombres en los sangrientos enfrentamientos, los alimentaban, curaban sus heridas y parían a sus hijos en aquellas agitadas jornadas.

 

Victoria Romero

“Hablando de nuestra historia…” Disponible en: http://denuestrahistoria3.blogspot.com.ar/2011_05_01_archive.html (consultado el 03 de septiembre de 2014)

 

Ha sobrevivido el nombre de Victoria Romero, Doña Vito, la mujer de Ángel Vicente Peñaloza. “Ella, como las bravas de su tiempo, no conocieron la dulzura del gesto femenino, la silvestre coquetería de un revuelo de faldas empuntilladas. No, más bien se arrebujaban en un poncho rotoso, se trenzaban las salvajes cabelleras azotadas por el viento”, continúa la misma autora y agrega que durante veinte años acompañó al caudillo en sus incesantes luchas, hasta incluso cuando éste fue ultimado de un lanzazo en Olta.

En Cuyo se recuerda a Martina Chapanay, en quien se funde la historia y la leyenda. “Se sabe, sí, que era hija de un cacique huarpe y de una cautiva blanca. Junto al padre aprendió a orientarse en los valles y montañas, a domar y montar potros, a realizar todas las faenas propias de la vida campesina. Tenía fuerza y habilidad, amaba las armas, el riesgo, los arreos…”, escribe Lily Sosa de Newton.

 Hacia 1822 se casó con un lugarteniente de Facundo Quiroga y participó de las campañas del caudillo, estuvo en los combates de El Tala y Rincón del Manantial. En uno de los enfrentamientos perdió a su marido y tras la muerte de Quiroga volvió al Zonda. “En 1840 se unió al ejército federal y participó en la Batalla de Rodeo del Medio, en Mendoza, en que fuera derrotado Lamadrid”, continúa la misma autora.

Más tarde, Martina siguió a Ángel Vicente Peñaloza y participó en numerosos enfrentamientos pero, tras la muerte del caudillo, se estableció definitivamente en Valle Fértil, San Juan.

Se ha dicho y escrito que Martina Chapanay fue una mujer valiente, comprometida y aguerrida, una bandolera, ladrona y pendenciera inescrupulosa. Quizá fue un poco de todo; lo importante es que fue una mujer que, como otras tantas, se sumó a las montoneras gauchas y fue protagonista de una etapa de nuestra historia regional y nacional.